Autoridades en Ciudad de México cerraron la Basílica de Guadalupe desde el 11 hasta el 14 de diciembre de este 2020 por riesgo de contagios de COVID-19.

Por tal motivo no permitieron peregrinaciones, que cada año congregaban a millones para celebrar a la Santa Patrona de México y de América, provenientes no sólo de cada rincón de la nación sino de otras.

En esta ocasión sólo unos pocos se han acercado con curiosidad, pero sin entrar a ver la tilma.

Devotos y personal realizaron algunas decoraciones especiales alrededor del recinto donde guarda la imagen de la Virgen de Guadalupe que se plasmó en la tilma de Juan Diego en 1531, en las faldas del cerro del Tepeyac.

Para celebrar el ‘cumpleaños’ encendieron 14 mil velas en la explanada de la Basílica.

La indicación fue rezar y rendir veneración para la Madre del Mesías desde casa, en el fuero íntimo y privado.

Las imágenes de la Basílica y la Calzada extrañamente vacías para una noche de 11 de diciembre y durante un 12 de diciembre despertaron tristeza entre los fieles.

 

La devoción mexicana.

Las mandas, peregrinaciones kilométricas, rezos y el avance de rodillas hasta el lugar son típicos del Día.

Pero no sólo eso. En Ciudad de México basta estar unos segundos sobre la Calzada de Guadalupe -el camino y avenida que te llevan directo a la basílica- para conocer de primera mano la Fe con la que se vive esta fiesta.

Aún en otras fechas del año, cuando cristianos llegan a cruzar por la Calzada de Guadalupe, se persignan, incluso si no tienen la intención de ir a la Basílica y estando a cientos de metros de ella. Tal como sucede cuando también cuando pasan frente a una Iglesia o capilla, ante la Fe de la presencia de Dios.

 

La aparición.

La tradición cristiana y archivos historiográficos narran que el sábado 9 de diciembre de 1531 Juan Diego, indígena natural de Cuautitlán, iba de madrugada junto al Cerro del Tepeyac cuando oyó el cantar de pájaros, seguido de una voz.

Así lo relata el Nican mopohua, escrito en Náhuatl que se traduce como “Aquí se narra”, de Antonio Valeriano.

“Juanito, Juan Dieguito”, escuchó y al subir el cerrillo vio a una señora de pie, quien le dijo que se acercara.

“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la Siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra”, dijo Ella a Juan Diego, para después pedirle que vaya con el obispo en México para pedirle la construcción de un templo en el lugar.

“Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo”, le adelantó.

Juan Diego se inclinó. “Señora mía, voy a cumplir tu mandato”.

Ocurrió la primera entrevista con el Obispo pero antes un religioso llamado don fray Juan de Zumárraga lo escuchó. No le dieron mucho crédito.

Juan Diego volvió a recibir un llamado de la Mujer, insistió que fuera de nuevo al día siguiente a ver al obispo.

Continuó la historia con más entrevistas el 10 y 11 de diciembre. De hecho el 11 cayó enfermo Juan Bernardino, tío de Juan Diego, quien ese día no fue a ver a la Virgen.

Llegó el 12 de diciembre. La Virgen volvió a aparecer ante Juan Diego. Él estaba apenado por no haber ido el día anterior y no lograr el cometido, además de contar cómo lo afligía la grave enfermedad de su tío.

“Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir”, dijo Juan Diego a la Virgen.

Las palabras que ella le dirigió son de las que tienen más presentes hoy en día los guadalupanos: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿no estás por ventura en mi regazo? ¿qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro de que ya sanó”.

Luego ella le dijo que subiera a la cumbre del cerro, donde encontraría flores que debía cortar, juntar y llevarlas de nuevo ante ella. Así hizo él, pero se llevó la enorme sorpresa de que había muchas y variadas rosas de Castilla, las cuales no eran autóctonas en ese lugar y no era temporada.

Ella tomó las rosas. “Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ellas mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza”.

Luego le ordenó que fuera ante el obispo a desplegar su manta, la tilma.

Entonces sucedió el milagro de las rosas. Era la tercera entrevista con el obispo. Cuando Juan Diego hizo lo que la Virgen le pidió, mostró su tilma, dejó caer las rosas de castilla.

Pero el milagro estaba en la tilma. Mostró la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Erigieron el templo en el lugar, donde después construirían la original Basílica de Guadalupe, al final de la calzada.

La historia está descrita en el Códice 1548, también llamado Códice Escalada, como elemento historiográfico, que se suma a la serie de análisis químicos, artísticos y de luz que se hicieron sobre la tilma que hoy guarda Ciudad de México.

Foto | Códice Escalada.

Non fecit taliter omni nationi, que se traduce a “No hizo nada igual con ninguna otra nación”, fue la frase que dedicó el Papa Benedicto XIV cuando le presentaron la imagen de la Virgen de Guadalupe.

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