Creo que una de las pocas cosas en las que me atrevo a decir que toda la sociedad estaría de acuerdo es en el hecho que los partidos políticos están sumamente desprestigiados, que su credibilidad está por los suelos y que solo les queda cambiar o morir.

Se habla constantemente en el argot político que se tiene que hacer algo para acercar a la ciudadanía y que se vuelva a involucrar en la política, pero solo se dice como un cliché que te hace ver “bien” dentro del círculo rojo. Sin embargo, cuando se proponen cambios sustantivos o se acercan ciudadanos a las decisiones, tanto públicas como intrapartidarias, las ganas ya no son tantas que hasta llegan a incomodar.

Y es que claro que les incomoda a los políticos el que lleguen ciudadanos con ideas frescas o que quieran incidir en decisiones porque los partidos se convirtieron en cotos de poder, en gremios de intereses particulares o en agencias de empleo.

Se cree al interior de los institutos políticos que los puestos en los gobiernos se deben de otorgar por derecho de antigüedad de participación en la vida partidaria y no por las capacidades y convicciones de las personas. Y esto se debe a que se han creído dueños del servicio público. Se olvida de pronto que el gobierno es de la gente y que los derechos políticos son de los ciudadanos y no de los partidos.

Estoy de acuerdo en que vivimos en una democracia y creo firmemente que las democracias están hechas de partidos dado que sería imposible un ejercicio democrático de puros personajes independientes. Pero tenemos que volver los partidos al servicio de la sociedad y no de unos cuantos con antigüedad o peor aún: de una sola familia.

El devolver los partidos a la ciudadanía es devolver también el poder de participación y por ende el de decisión. Mientras no le entremos de lleno a esos cambios, desde la raíz, las cosas seguirán igual porque es puro darle vueltas a la solución.

Cuando estos cambios se empiezan a oler en el ambiente, inician las voces que dicen que “no es el momento”, “debemos analizar”, etc. Porque sinceramente nunca será momento de cambio para las personas que tienen el poder. El ser humano no está acostumbrado a ceder el poder y por lo mismo se crearon las democracias para repartirlo, proporcionarse y acotarlo. Por eso para que los cambios democráticos se den, la mayoría de las veces, implican grandes movimientos o luchas que los logran. Las personas que tienen el control, harán siempre todo lo posible para que las cosas permanezcan en la misma situación (pues tontos no están). Eso implica desde propaganda, manipulación y hasta la fuerza.

Pero hay cosas en el ambiente que se perciben muy fácilmente y una de ellas es que las cosas no pueden seguir igual. Hoy se huele eso en Chihuahua, ese deseo de la sociedad de participar y de volver a apoderarse de espacios. Lo vivimos con la nueva Ley de Participación Ciudadana, lo vivimos con los ejercicios democráticos como el Plebiscito, y lo volveremos a vivir con reformas de gran calado que implican hechos históricos, rompimiento de paradigmas y de construcción de utopías democráticas en este país.

Chihuahua necesita mostrarle a México, una vez más, como son los reales avances democráticos. No nos dejemos llevar por las voces de personas que quieren que todo permanezca como siempre, porque solo un loco cree que haciendo lo mismo tendremos resultados diferentes.

No tengamos miedo, vienen cosas mejores

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